Belleza y Budo
Es el Budo una forma de Arte y el Arte un Camino hacia la manifestación de la Belleza.
El sabio Plotino nos enseña en una frase notable: “La Belleza no es sino un resplandor eterno en forma material”. Esta cristalización palpita dentro de nuestro propio Ser, uniéndonos a lo inmaterial. Nuestro trabajo es pues la aproximación a ese Noble Ideal de la Belleza.
Pero, ¿cuál es su utilidad?. ¿Consideramos más importante lo útil o lo estético?. ¿Termina antes la posesión, el consumo, o la contemplación de la Belleza?.
El Arte del Budo transita un momento difícil, un tiempo en el que, al igual que en otras manifestaciones sociales, los logros solicitados son, casi en su totalidad, materiales.
Las Escuelas se convierten en sociedades de consumo. Se consumen prácticas, organizaciones o sistemas.
El Budo, una auténtica alquimia espiritual, se transforma así en una vía para el alcance del logro inmediato, para el tratamiento feroz del cuerpo, por encima de la Etica, la Estética y la Salud.
O Sensei Morihei Ueshiba se entregó a la práctica del Budo hasta sus últimas consecuencias.
Después del tránsito de su epopeya vital a través de Mongolia –adonde marchó para fundar una comunidad basada en los principios del Budo y de la comunión con la Naturaleza- o de su estancia en Hokkaido – lugar al que viajó con idéntica filosofía de fondo- manifestaba en sus escritos que el Aikido era, antes que nada, una forma de Amor y que de no ser así su práctica carecía de sentido.
En sintonía con su Maestro, Sugawara Sensei –uchi deshi de Ueshiba en Iwama, en la Prefectura de Ibaraki, Japón- nos transmite que la última intencionalidad de su enseñanza es el Entendimiento entre los estudiantes.
Son Conciencias fundamentadas en el encuentro con el Ideal, con el Arte, con la
Comunión, con la Belleza.
Eugen Herrigel, auténtico pionero de la arquería tradicional de Japón en Europa, nos alecciona acerca del Kyudo en su obra: “Zen en el arte del tiro con arco”.
En su libro nos refleja como Anzawa Sensei, conduciendo o no su disparo a la diana, dejaba su Ser abierto a esa Experiencia que se producía tras el desprendimiento de la flecha.
A esa Comunión -personal, única e intransferible con la Belleza dedicó el Maestro ochenta años de Vida.
Cuando no importan los grados, cuando sobran los estamentos, cuando desaparecen las graduaciones, aparece la Belleza en un gesto simple, carente de intención, puro y libre, como el gesto sencillo de dejar marchar una flecha.
Es el Budo una forma de Arte y el Arte un Camino hacia la manifestación de la Belleza.
El sabio Plotino nos enseña en una frase notable: “La Belleza no es sino un resplandor eterno en forma material”. Esta cristalización palpita dentro de nuestro propio Ser, uniéndonos a lo inmaterial. Nuestro trabajo es pues la aproximación a ese Noble Ideal de la Belleza.
Pero, ¿cuál es su utilidad?. ¿Consideramos más importante lo útil o lo estético?. ¿Termina antes la posesión, el consumo, o la contemplación de la Belleza?.
El Arte del Budo transita un momento difícil, un tiempo en el que, al igual que en otras manifestaciones sociales, los logros solicitados son, casi en su totalidad, materiales.
Las Escuelas se convierten en sociedades de consumo. Se consumen prácticas, organizaciones o sistemas.
El Budo, una auténtica alquimia espiritual, se transforma así en una vía para el alcance del logro inmediato, para el tratamiento feroz del cuerpo, por encima de la Etica, la Estética y la Salud.
O Sensei Morihei Ueshiba se entregó a la práctica del Budo hasta sus últimas consecuencias.
Después del tránsito de su epopeya vital a través de Mongolia –adonde marchó para fundar una comunidad basada en los principios del Budo y de la comunión con la Naturaleza- o de su estancia en Hokkaido – lugar al que viajó con idéntica filosofía de fondo- manifestaba en sus escritos que el Aikido era, antes que nada, una forma de Amor y que de no ser así su práctica carecía de sentido.
En sintonía con su Maestro, Sugawara Sensei –uchi deshi de Ueshiba en Iwama, en la Prefectura de Ibaraki, Japón- nos transmite que la última intencionalidad de su enseñanza es el Entendimiento entre los estudiantes.
Son Conciencias fundamentadas en el encuentro con el Ideal, con el Arte, con la
Comunión, con la Belleza.
Eugen Herrigel, auténtico pionero de la arquería tradicional de Japón en Europa, nos alecciona acerca del Kyudo en su obra: “Zen en el arte del tiro con arco”.
En su libro nos refleja como Anzawa Sensei, conduciendo o no su disparo a la diana, dejaba su Ser abierto a esa Experiencia que se producía tras el desprendimiento de la flecha.
A esa Comunión -personal, única e intransferible con la Belleza dedicó el Maestro ochenta años de Vida.
Cuando no importan los grados, cuando sobran los estamentos, cuando desaparecen las graduaciones, aparece la Belleza en un gesto simple, carente de intención, puro y libre, como el gesto sencillo de dejar marchar una flecha.
Para todo artista, la contemplación de la Belleza en su Arte, es la razón de ser de su propio trabajo.
Nicolás Roerich –el pintor y arqueólogo ruso- escribe acerca del Arte: “El arte unificará a toda la Humanidad. El arte es primero, indivisible. El arte tiene muchas ramas, no obstante son todas una. El arte es la manifestación de la síntesis venidera. El arte es para todos. El signo del arte abrirá todas las puertas sagradas...”.
Para los humanistas del siglo XVI la contemplación de la Belleza era un medio superior de conocimiento. Lo que es bello, armonioso y equilibrado está más cerca de lo eterno.
Para estos talentos de la Humanidad, el arte era un acto creador a través del cual el artista participaba de la acción divina. Una obra de arte como el Budo es una ventana hacia ese Mundo Ideal.
El budoka que busca la Belleza en su práctica cotidiana tiene la certeza de que esa Experiencia es imperecedera, forma parte de su equipaje interior, es consustancial a su propia persona.
La Experiencia de la Belleza tiene su prolongación en el tiempo, pues ese instante de Luz no puede nunca morir.
El Poeta Eloy Sánchez Rosillo describe su Experiencia en estos términos:
“Te equivocas, sin duda. Alguna vez alcanzan tus manos el milagro; en medio de los días indistintos, tu indigencia, de pronto, toca un fulgor que vale más que el oro más puro: con plenitud respira tu pecho el raro don de la felicidad.
Tu error está en creer que la luz se termina. Tras su apariencia efímera, el relámpago sigue viviendo en quien lo vio. Porque su luz transforma y ya no eres el hombre aquel que fuiste antes de que en tus ojos, de que en el fondo oscuro de tu ser, fulgurase.
No, la luz no se acaba, si de verdad fue tuya. No conoce la muerte la luz del corazón. Contigo vivirá mientras tú seas”.
Transformamos el entorno con la sola palabra, también con la acción y el pensamiento. Actuar es influir. Crear la Belleza es trasplantarla.
Así, Roerich, el sabio de los Himalayas, pretendía exponer, permanentemente, sus cuadros en las prisiones, de esta forma –escribe en sus diarios desaparecerán las prisiones, pues el genio del Arte hará a los hombres Seres Humanos libres.
Aoki Sensei, el singular Maestro de Shintaido -una forma de Arte Marcial proveniente del evolucionado Karate-do Shotokai del Maestro Egami- persigue con su Escuela la completa Armonía del karateka con su entorno inmediato - los compañeros de viaje- y con el circundante: la propia Naturaleza. Sus prácticas –en las cercanías de Montañas y Mares- evolucionan hasta un punto en el que el estudiante logra expresar su mundo interior a través del movimiento de su cuerpo.
Aoki, un auténtico hombre renacentista, poeta, místico, budoka y pintor, ha encontrado a través del Shintaido su personal concepto de la Belleza. Las prácticas de inmersión bajo cascadas -Taky Shugyo-, las marchas a través de las Montañas, o los entrenamientos a orillas del mar, establecen la comunicación del hombre con los elementos.
Dentro del agua, en lo profundo de los bosques, sobre las brasas (rito de goma), el practicante se envuelve dentro de todo ese espectro que le configura a él mismo, fundiendo su Arte con el Arte de la Naturaleza.
Quizás, el camino de la Belleza dentro del Budo sea un recorrido sin recompensas exteriores, pero la plenitud de nuestra práctica, elevada a las alturas del Arte, nos acercará, siquiera un instante, a la Experiencia de lo primordial.
Quizás, también, si damos crédito a los Humanistas, entendamos algún día aquel axioma que ellos defendían para su Arte: “La Eternidad sigue el camino de la Belleza”.
Pedro Martín